Estudiante de medicina, nacido en Camagüey, colaborador en Diario Libre y en el periódico Revolución, Severo Sarduy, poeta, novelista, dramaturgo y pintor cubano. En un nuevo aniversario de su natalicio, un recuerdo a una de las plumas que transformó la estética hispanoparlante.
Nació en 1937 en la ciudad de Camagüey. Luego, viajó a La Habana donde estudió medicina por algunos años, pero a los 15 años publica su primer libro de poesías, Tres, lo que marca el inicio de un recorrido que lo llevará hasta París. Sarduy, artista que siempre navegó a contracorriente entre el arte y las expresiones estéticas, encontrando en la escritura esa posibilidad de subvertir los órdenes instituidos y encontrarse, como observado desde una oscuridad propia, en medio de un festín celebratorio de lo impensable y lo indecible.
En la cosmogonía fecunda de la disciplina creativa, apuntaba a una música de sí mismo. Renegando de las lecturas que practican en el arte una tajante división, el artista Cubano supo componer una identidad única en la que sabía reflejada la voz de Lezama Lima (del que se decía ser una hoja de su árbol, en un tardío reconocimiento de su propia obra).
La poesía, fue su entrada al mundo literario y cultural, y seguramente, uno de sus espacios más habitados. Pero conoció, en París, luego de su mudanza pos revolución, en 1959, la pasión por el teatro como instrumento para el análisis semiológico, tomando el arte, en cualquiera de sus disciplinas, como pieza discursiva, de la mano de su amistad y la afinidad con Roland Barthes. Así también, decía de la pintura, su pintura, siempre influenciada por los carácteres de Oriente, que era, junto con sus escrituras, el mismo perro con distinto collar.
Su agudeza y su mirada crítica eran parte de su ser, tanto como la aparente frivolidad con la que parecía tomarse las cosas. Ese humor ácido que quedaba evidente cuando elegía el diccionario de la lengua española como su libro favorito durante una entrevista, era parte de esa crítica al mundo de la consagración literaria, en el que los escritores devienen en productos de su propia obra, como logos reconocidos hegemónicos en un mar de páginas. Conocida es su relación con los escritores consagrados por el boom latinoamericano, pero también lo es su apertura a escritores de la región a quienes tradujo para habilitarles la ruta al circuito editorial de París, como lo hizo con Manuel Puig, o con Virgilio Piñera, poeta cubano fallecido en 1979 en La Habana, a quién le dedicó el soneto:
Pido la canonización de Virgilio Piñera
Poco interés presentan estas cosas
para un Concilio, que otras más urgentes
-la talla de los ángeles, las fuentes
del Edén-, y sin duda, más valiosas
apremian sin cesar. Insisto empero
para que tenga sitio en los altares
este mártir de arenas insulares.
Por textual, su milagro verdadero
dio presa fácil a los cabecillas
y a los sarcasmos que, de tanto en tanto,
interrumpen las furias amarillas,
las madres del exilio y del espanto.
Es por eso que a Roma, y de rodillas,
iré a exigir que lo proclamen santo.

También la muerte, rondando una vida que nunca quiso para sí más que la composición estética de un concepto renovador, trascendente que se reconociera casi autónomo. Severo jamás se presentó ni pudo observarse como muches lo hacían o cómo lo hacen hoy, tomando lo estético como algo superador del ego y de la figura del narrador o escritor, bromeaba sobre sí mismo en tanto figura vanguardista, y también bromeaba sobre los otros géneros, cuando mandaba a su audiencia a leer las novelitas, si no entendían su lorquiana prosa neobarroca.
Corta, Changó con tu espada…(*)
Corta, Changó con tu espada
el alcohol, y haz que ese río
crecido, no bien vacío,
vuelva a su cauce y, saciada
tanta sed, halle morada
el nadador a la orilla
de tu fuente y en tu arcilla.
Que la sangre que consagras
dé su fuerza a las bisagras
del puño y de la rodilla.
Changó. Orishá Dios del rayo, la guerra y el trueno.
El cuerpo, las pieles, las cicatrices. El erotismo y el deseo trazaron una vertiente en la obra de Severo que simulan una autobiografía en su Arqueología del Ser, un conjunto de relatos que presentan distintos momentos de su vida contándolos a través de las cicatrices que cae, desde las marcas en la piel, desde la cabeza hacia los pies. También el cuerpo como espacio significante como en Pájaros de la playa, su obra de 1993, o las páginas dedicadas a los tatuajes en La simulación, de 1980.

El émbolo brillante y engrasado…
El émbolo brillante y engrasado
embiste jubiloso la ranura
y derrama su blanca quemadura
más abrasante cuanto más pausado.
Un testigo fugaz y disfrazado
ensaliva y escruta la abertura
que el volumen dilata y que sutura
su propia lava. Y en el ovalado
mercurio tangencial sobre la alfombra
(la torre, embadurnada penetrando,
chorreando de su miel, saliendo, entrando)
descifra el ideograma de la sombra:
el pensamiento es ilusión: templando
viene despacio la que no se nombra.
En un juego de significados y significantes la prosa de Sarduy convierte a la letra en carne deseante y, a las pieles, las inscribe en un mundo de sentidos exultante que desborda los versos convirtiendo las cicatrices en una guía de lectura, de una biografía que se ríe de sí misma mientras relame las suyas propias.
“Sólo cuenta en la historia individual lo que ha quedado cifrado en el cuerpo y que por ello mismo sigue hablando, narrando, simulando el evento que lo inscribió”
Severo Sarduy.